Saludo del guardián





Guadalupe es septiembre enamorado, y septiembre en Guadalupe son riadas de peregrinos por las angostas sendas que surcaron, de antiguo, otros pies descalzos, con las mandas de los pobres, un cuenco de lágrimas de aceite y espliego. Es por ellos por quien desciende del Líbano del camarín la regia Sunamita de estos valles y estas sierras, y ante ellos se descalza de luna en la cámara de la Mora porque la tenga por más suya, con la piel atezada por los soles del camino. Y pasea el claustro por ellos, prendida de sus brazos dolientes, enjugándoles el sudor de sus frentes agotadas, abanicándolos y curándolos de rodilla. Desde que fui novicio en Guadalupe —timbre que pocos podemos lucir ya— he velado y rezado tantas noches con ellos, que no trocaría su humanidad cicatrizada por ningún patrimonio del mundo: la Humanidad del Patrimonio, que bien dijo en 1993 el cardenal Marcelo, el Primado de los peregrinos de Guadalupe.

Pero, antes de recibir peregrinos, toca dirigirse a vosotras, Damas de Santa María. ¡Cuántos dichos preciosos os escribieron aquí mis predecesores en el oficio de guardián! ¡Cómo cantó vuestras loas la ágil pluma del cura Nicolás (al que debéis, al menos, la intención de una misa cada año)! Éste que os escribe, sin prendas ni aliento para ir a la zaga de ellos, os brinda su corazón y sus hombros… cuando tenéis el oficio de lavar los pies del caminante y el alma de los penitentes, porque ése es menester de Santa María, que ya cuenta los días que faltan para bajar del Líbano de su camarín y pasar la noche al relente del 7 de septiembre con su gente, los peregrinos de septiembre. 

Antes que llegue el día y congreguéis a niños, jóvenes y mayores en la ofrenda floral, feriadnos con vuestras familias una novena llena de piedad y recogimiento, donde vuestra presencia y participación sea modélica a propios y foráneos; limpiad la conciencia con el sacramento de la Reconciliación, confesando limpiamente vuestros pecados antes de acercaros a la mesa del Cuerpo y la Sangre que salió del vientre de Nuestra Señora; socorred al pobre, visitad a los ancianos y enfermos, atended al necesitado de pan y Evangelio…¡Qué menos se puede pedir a damas de tal Señora, en tiempos del Papa Francisco, hijo de una iglesia que engendró España bajo la guía del trasunto aquí venerado!

                                              
                              Fray Antonio Arévalo Sánchez, ofm
                              El menor de los Capellanes de la Virgen